Joya que vale la pena El Ferrari F430 es como un collar de diamantes, hermoso y elaborado por artesanos pero utilizable sólo para ocasiones especiales o cuando el ego y una vestimenta ad-hoc lo ameriten. Al conducirlo el acceso no resulta fácil pues los anchos umbrales y la baja situación del asiento -de excelente sujeción- obligar a contorsionar un poco el cuerpo y usar ambas manos para deslizarse a la posición dominante. Lo primero que salta a la vista es el enorme tacómetro, con un volante de excelente agarre pero sin ajustes, muy vertical como en los coches de carreras. En una segunda mirada, destaca la palanca de velocidades con su rejilla en aluminio, que encabeza la perfección de la casa en términos de acabados, pues los materiales son de primera calidad. Algunos botones no son tan lógico como los que controlan los cristales, ubicados al alado del equipo de sonido o las manijas que abren hacia arriba por completo. Soluciones raras por tema es espacio.